Venus

Alguna vez me dije a mi mismo no cometer el mismo error dos veces, pero erré al creer que no lo haría de nuevo. Así, sin prepararme lo hice, sin aviso llegó usted y llena de esperanzas se fue. No es la primera, quizá no sea la última, pero ha sido una más que ha tocado fondo gracias a mis extrañas rutinas; por culpa de mis costumbres del demonio que tanto han de odiar los que me quieran amar.

¿Cuál es su nombre? ¿Venus? Me pareció escuchar uno distinto la última vez que nos cruzamos las miradas. Disculpe, resulta que vivo en piloto automático y la comunicación no es uno de mis fuertes.

Resulta que sé que lo hice, y esta vez con usted. He fallado a quien algo bueno me trajo a la vida, a quien ha resuelto mis incógnitas y adornado mis árboles navideños. Ha podido quitar la sed de este viaje tan pesado por el cual me he cruzado, ha logrado pigmentar espectacularmente la escala de grises de mis estados oníricos. Pero no ha sido suficiente, porque el que no se atreve a dejarse llevar soy yo. Parezco un personaje de un cuento, lo sé -llámeme infame, sé lo merezco-. Y sí usted ha logrado ser ese sol, que alumbra y da calor a quien lo necesita, ese privilegio que todos podrían tener y sólo los dichosos saben disfrutar, pero resulta que soy otro gran trozo de estado sólido ubicado en el centro de uno de los polos de la tierra. Lo repito, estoy avergonzado.

Definitivamente no fue el mejor momento (no hablo de que sea el peor). Yo destruido, apartado en la soledad, pérfido para con el amor y su amada alegría, y usted, carismática, risueña, un ángel conmigo. No puedo negárselo, la tentación invadió mis adentros. Sentí como un apagón de noche, donde la oscuridad sonríe al azar y a la destrucción de la felicidad de los nictofóbicos. Cómo si fuese un miedo incontrolado, un pánico indescriptible, lo sentí llegar mientras me desmayaba interiormente al darme cuenta de que perdía una abeja reina, es decir, la colmena había entrado en un caos y desorden inexplicable.

Pero nadie se muere por esto, es sólo una historia donde ni usted ni yo vamos a existir más allá de lo que nuestros pensamientos quieran hacernos recordar. Siempre nos ubicaremos en un momento esencial (lo siento por hablar por nosotros, pero al ser usted mi primer amor platónico no podría, de ninguna manera no involucrarla) ese momento en el que por primera vez vi esa cabellera, esa piel morena y decidí ignorar las fuerzas naturales que estaban dentro de mi y continuar mi vida como si nadie hubiese llegado. Porque nadie llegó, pero usted, sí que la marcó.

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