Muerte



La muerte está ahí, lista para abrazarnos.

Si nos ponemos a pensar en conjunto, no es tan difícil imaginarnos muertos. No hablo de ausencias, tampoco hablo de duelos ni dolores en la consciencia, hablo de lo fácil que es vernos enterrados en las memorias de las demás personas. No estar muerto podría ser igual, que tu ser sea tan fuerte como para que nadie logre ponerte un papel blanco en vez de un rostro duro y preciso.

Es fácil, sencillo analizar la muerte desde el amor. Un perro que se mantiene en eterna espera por su amo, que siempre cree que a la hora indicada cruzará la puerta para revivir en sus instancias, de igual manera así somos todos, incluso estando vivos. No es necesario morir para desear a alguien justo a esa hora en el justo lugar con el justo deseo de estar con nosotros.

¿Y si lo analizamos desde el odio? Si hay gente que le desea la muerte o se desea una muerte, morir, morirse, matar y hasta hacernos matar a nosotros mismos. Se podría describir como un deseo sexual, el que la muerte nos abunde y simplemente se apodere de los cuerpos. Un trance maldito de bendita voluntad. Lo rico que es morir, lo delicioso de morirse; todo, absolutamente todo por odiar a aquellos y odiarse a sí mismo.

Pero no vengo a hablarles de la muerte de los demás, la idea es hablarles de la muerte como instrumento de fuerza. ¿Quienes somos, si no somos de la muerte? ¿Un ser inmortal existente? Lo risible de la idea es que la creemos. Creemos que con amar u odiar, la muerte está más cerca o más lejos, pero no; la muerte simplemente está, está ahí para hacernos sentirnos acompañados. La muerte no es un hombre o una mujer con quien compartir la vida. Sí, podría adquirir personificaciones para compartirnos, pero inicialmente nunca fue. No es un íncubo o un súcubo que sólo desea perforar nuestro ser. No es un padre intentando proteger a su hijo. Definitivamente no es nadie por quien debemos velar, pero que sí, que la muerte velará por nosotros.

No pienso que haya que temerle a la muerte. La muerte simplemente intenta darnos fuerza, fuerza para entender que todo se acaba y hay que disfrutar, que el después nunca llegará, que el después es ahora y lo único que deberíamos hacer es vivir esperándola. Quizá agarrarla de la mano y darle gracias, por inspirarnos. A algunos con miedo, a otros con ternura u horror. A mi por ejemplo, me educa a diario, me ha visto de frente, me ha dicho que sólo cumple con lo necesario. La muerte no ahorca, tampoco mata. La muerte simplemente está.

Si lo analizamos desde el saber mortal, la muerte puede ser una pareja, un ser parental. Puede ser aquel que nos ostiga o nos inspira. Puede ser esa persona que ayer nos dio la mano para cruzar la calle, sabiendo que no era el momento de terminar o puede ser ese ente sexual que nos ayuda a tener multiples orgasmos en una noche, para después llorar de remordimiento y desear empeorar... O mejorar. Es transformable, no es una historia, todos conocemos de muertos y los muertos, muertos siempre están. La muerte los tomó y no los devolverá. Pero así funciona.

La muerte puede ser tu novio que hoy no está por estar con otra, y te hace sentir que debés mejorar por odio y demostrarle en la cara que sos mejor, siempre y nunca peor que nadie. Puede ser aquella mamá que te mintió y te gritó para desquitarse de sus problemas de la infancia, y te hizo sentir tan mal que supiste lo que era sufrir, sufrir en vida y entender que la vida esta dispuesta para saborear cada parte de ella, quizá como morder una semilla limón o ser completamente embestido por quien amas.

La muerte es quien siempre está y estará.


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